Somos la especie más sexual
que existe sobre el planeta. La especie humana es casi la única que ha
independizado el placer sexual de la reproducción. Sólo en algunas etapas de la
evolución humana la sexualidad no estuvo atada a la función reproductora.
Permanentemente, las religiones occidentales repudiaron la posibilidad de que
el placer sexual fuera un fin en sí mismo.
En el transcurso de millones
de años de evolución, ocurrieron una serie de hechos que justifican la
necesidad de que seamos tan sexuales. En algún momento evolutivo, los
protohomínidos se pararon y comenzaron a caminar en dos patas (Homo erectus).
Esto implicó un cambio en la situación de la hembra, que antes lucía sus
genitales a la vista del macho y emitía olores que en épocas fértiles lo
atraían sexualmente. Fue necesario modificar los hábitos sexuales, pues si no
se hacía la especie no se reproduciría. La hembra desarrolló un ciclo sexual
diferente: podía y deseaba copular en cualquier momento, ya no hubo períodos de
celo. El macho sufrió modificaciones: ostentaba un pene largo y a la vista y
asumía roles cada vez más fuertes y se transformaba en cazador. Las hembras
angostaron su cavidad pelviana. Sus bebés nacieron más pequeños y prematuros:
requerían mayores cuidados maternales durante un largo período de inmadurez.
Hubo necesidad de
proporcionarles alimentos a las hembras y a su descendencia, y el macho se hizo
cazador y se creó la familia. A cada mujer de este grupo de cazadores y recolectores
le convenía asegurarse la lealtad de uno o más hombres para que contribuyeran
con carne y pieles a su alimentación y a la crianza de los hijos. Cada hombre
deseaba tener derechos sexuales exclusivos de las mujeres y monopolizar su
productividad económica, pues las mujeres eran recolectoras.
A raíz de estos sucesos,
nuestros ancestros crearon la capacidad de enamorarse, de producir una impronta
sexual de pareja única, con la consiguiente implementación de actitudes
buscadoras de placer.
La especie humana desarrolló
de manera diferente un nuevo órgano: la piel. Esta dejó de ser la capa que
protegía de las inclemencias climáticas para convertirse en un órgano altamente
sensitivo, donde se distribuyen gran cantidad de terminaciones nerviosas. La
concentración de éstas en los genitales (glande del macho y zona clitoridiana
de la hembra), determinó una "zona de placer" que hizo a nuestra especie
buscadora del acto sexual.
El sexo placentero constante,
sin las trabas del horario biológico de la ovulación, se hizo el motor del
vínculo de pareja. Ya no copulábamos sólo para reproducirnos, sino porque eso
nos daba placer.
En busca de placer, la
especie humana fue extendiendo y modificando sus hábitos sexuales: monogamia,
poligamia, fidelidad, infidelidad, homosexualidad, heterosexualidad y distintas
variaciones en la conducta sexual (fetichismo, voyeurismo, travestismo, etc.)
El modelo de pareja
monogámica actual se remonta a los últimos dos siglos. No es el único. La homosexualidad
fue una práctica frecuente en culturas que nos precedieron.
Neurológicamente, la búsqueda
del placer sexual está inscripta en las partes más antiguas de nuestra
arquitectura cerebral. Sólo la especie humana la ha desarrollado de tal manera,
que ha llegado a ligar indisolublemente los sentimientos (amor) con la
sexualidad (deseo). Los fisiólogos han establecido una serie de conexiones que
llevan a pensar que el ser humano es el ser sexuado más buscador de placer.
Estudiosos de la conducta humana no cesan de señalar las implicancias sexuales
(en el sentido de la búsqueda de placer) en muchísimos procesos sociales,
conflictos psicológicos, obras de arte, etc.
Hoy en
día, y también en nuestro país, no es la concupiscencia como tal la que se
halla condenada a la picota, sino el sexo en cuanto relación de poder, el sexo
como avasallamiento y opresión de la mujer. Se excomulga más las relaciones de
dominio de los hombres sobre las mujeres en la esfera del sexo, que los
placeres sexuales. Existe una politización del sexo, un desplazamiento de la
temática de la carne hacia la del poder. Así es posible encontrar
frecuentemente el dicho "se trata de poder" y "no del
deseo". ¿Se logrará la desaparición de las formas manipuladoras de
seducción?. Será parte de la democracia la visibilidad del cuerpo en los
medios?
Es más
lo que vemos y decimos que lo que está en los medios, pero, lo que está en los
medios es mucho más que lo que está al alcance directo de nuestros ojos. Los
muros de la casa se hacen transparentes y se desplaza la oposición entre lo
privado y lo público. Los vicios y las virtudes encontrarán otros alojamientos
y así los medios son agentes de las manifestaciones de la dimensión pública de
lo privado y de la dimensión privada de lo público.
Será el
mundo de la representación política la última fortaleza masculina, esfera
machista y aún la más cerrada a las mujeres?
Por qué
develar conductas eróticas de los políticos y estrategas varones nos interesan
tanto? Será que siempre en los hombres la expresión de los sentimientos se lo asoció
con mayor reserva, contención y control que a las mujeres? Balzac en el siglo
XIX decía que " la vida de la mujer es el amor" y "toda la
educación de las mujeres debe girar en torno a los hombres, gustarles, serles útiles, propiciar ser amadas y honradas,
educarlos de jóvenes cuidarlos de mayores, consolarlos, ..." que les ha quedado a los varones en la
entrega , en existir para el otro? Nunca nos enteramos demasiado de lo
sentimental en su caso, sino de lo sexual. Será que "amar hasta perder la
razón" es menos importante que" gozar sin trabas"?. Criatura
"fuera de sí por naturaleza, inestable, histérica", la mujer, no así
el hombre.
Todos
los discursos apuntan a cuestionar la libido, la fidelidad y la exclusividad
amorosa. Las pasiones tiene tiempos distintos al amor, y a los juramentos de
" para siempre" O es que los varones tienen una prisión de género
distinta a las mujeres para el ejercicio de su sexualidad? Los hombres suelen
abordar con renuencia los asuntos amorosos.
Las
mujeres se declaran menos infieles que los hombres, además contabilizan menos
compañeros sexuales que los hombres a lo largo de su vida, reflexionan en menor
cantidad que los varones que las infidelidades pasajeras refuerzan el amor. A
fines del milenio, las mujeres siguen siendo" menos coleccionistas"
que los hombres. Los hombres no asocian sexo y sentimiento de la misma forma
que la mujer, contemplando son suma facilidad su disyunción.
A fin
de milenio sobrevienen a la luz pública las mujeres que acosan: (caso de la
maestra de Bahía Blanca). Los hombres ya no son más "cabeza de
familia" y entonces "¿no tienen el pene perfecto?". Por ello el
Viagra?
En el
2.000 los hombres siguen considerando a las mujeres como contradictorias,
enigamáticas, imprevisibles y complicadas y ellas les reprochan ser egoistas,
faltos de sentimentalidad, mutilados afectivos. Hombres y mujeres
antropológicamente nos sentimos similares psicológicamente y desemejantes
sexológicamente. No nos hemos reconciliado en una versión andrógina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario